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miércoles, 24 de abril de 2024


 

El observador

Semilla de aventura para Comandos de Guerra

La isla del observador. La fotografía corresponde a Nuva Hiva en las islas marquesas y se utiliza como referencia visual. Uso gratuito, licencia de pixabay

En la ruta entre Nueva Guinea y las islas Marshall se encuentra una pequeña isla muy montañosa y cubierta por una jungla, excepto un peñasco que sobresale en la cara sur y que se separa unos pocos metros, depende de la marea, de la isla principal. En ese peñasco se ha instalado un resistente observador japonés que controla todo el tráfico marítimo en la ofensiva a las filipinas.

Se ha intentado bombardear el peñasco con aviones y con artillería naval, pero el observador parece invulnerable a los ataques a distancia. Además, se desconoce cómo se comunica con sus mandos y cómo transmite la información, pero las intercepciones de los submarinos japoneses están siendo muy certeras y, de alguna forma, tiene que avisar del paso y composición de los convoyes.

El Alto Mando ha decidido enviar a un grupo (los PJ) a la cara norte de la isla y que la crucen para observar los movimientos del observador (para descubrir el método) y, si es el caso, eliminarle. Lo que los personajes no saben es que la isla no está deshabitada, a pesar de ser pequeña y que una tribu de huidizos isleños; sus antepasados eran caníbales y, por eso, fueron expulsados a esta isla, pero hace tiempo que perdieron esa fea costumbre. La isla tiene abundantes frutos y algunas verduras y, con paciencia, se puede cazar algún animal; así es como ha sobrevivido el japonés a quién los indígenas dejan en paz porque, en ocasiones, les deja la comida que le sobra. Los indígenas le consideran un amigo y no verán bien que unos extranjeros le ataquen. Saben que fuera de la isla están pasando cosas y que hay peces y pájaros de metal, pero creen que no va con ellos (y tampoco han tomado partido por ningún bando).

Cruzar el estrecho entre las dos islas es peligroso (+2DG) excepto con marea baja que puede hacerse andando. El observador vive en una gruta bajo el peñasco y manda sus mensajes con un aparato portátil que tiene escondido en la jungla y al que acude cuando la marea se lo permite. Emite en una frecuencia cada día en función de un código que se sabe de memoria y es, por ello, que la inteligencia estadounidense no ha logrado detectar sus señales.

 

 

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