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jueves, 28 de marzo de 2024


 

3x14 - Las tripas de la Alimaña

Benneckenstein, Alemania. 19 de abril de 1945

El camino no les llevó a Berlín, sino que avanzaron con decisión hacia el este, cada vez más cerca de Leipzig, lo que no les pareció un mal objetivo para después girar al norte y entrar en Berlín. ¿Cuán equivocados podíamos estar? Sin ellos saberlo, el Alto Mando había dado ya la orden a algunas unidades su propio Ejército que se detuvieran, que no avanzaran más. No así a ellos. Además, creían que el ejército alemán estaba destruido y que solo encontrarían unidades dispersas y mal organizadas con armamento antiguo o sin él, pero para su sorpresa, les esperaban unidades motivadas que querían resistir lo suficiente para dar tiempo a la mítica ofensiva final que les salvaría del desastre.

La Sangrienta Siete siguió avanzando, combatieron en las montañas Harz, un entorno lleno de bosques y escondrijos donde tenían que tener ojos en la nuca para esquivar a todos esos malditos tiradores apostados. Y cruzaron la frontera alemana con Checoslovaquia (la vieja frontera aunque los alemanes la habían movido un poco de sitio) y se enfrentaron en terrenos de bosques y aldeas a dispersos defensores alemanes, en Kynšperk nad Oh?í, Prameny hasta llegar a la pequeña localidad de Mnichov. Allí combatió por última vez la Sangrienta Siete, aunque ellos aún no lo sabían.

Tras estos últimos e intensos combates y la rendición de sus defensores, también les llegó, por fin, la orden de detenerse, habían llegado al final. Praga apenas estaba a 140 kilómetros, aunque Berlín quedaba un poco más lejos. Los combates de los alemanes con los soviéticos por la capital checoslovaca les llegaban con desgarradora claridad; algunos de los primeros trataban de llegar hasta sus líneas, pero no todos lo conseguían.

—He oído —comentó Moore mientras observaba a los recién llegados con la mira del fusil— que a todos estos pobres diablos los van a devolver con los soviets en cuanto atrapen a su jefe.

—Debes hacer menos caso a Gonzalez —le reprendió el sargento.

—No, en serio, se lo he oído a un tipo que es conductor del estado mayor.

— Puff —fue la escueta respuesta de Peters.

—¿Y a qué crees que estamos esperando, sargento? —fue la pregunta de Gonzalez a quién el desdén de Peters le había invitado a comentar una idea que llevaba horas rondando su intranquilo cerebro.— Si nos vamos a enfrentar a los ruskis, mejor avanzar ahora que siguen ocupados con los alemanes, ¿no?

— Puff —repitió su respuesta el no muy hablador Peters

— Yo espero —respondió el sargento — que estemos esperando para que nos devuelvan a casa. Ya le hemos sacado las tripas a la alimaña y yo he tenido suficiente guerra.

Y no se equivocaba mucho Rogers, la verdad es que se equivocaba pocas veces. Un mes después les relevarían de sus posiciones en Checoslovaquia y aunque el temor era que los mandarán al Pacífico (eran de los soldados más veteranos del ejército), este se disipó en Agosto cuando los japoneses se rindieron. Muchos fueron licenciados y enviados a casa, entre ellos los supervivientes de la Sangrienta Siete, pero la división en sí permanecería en Alemania hasta 1955.

 

 

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«¡Metralleta! ¡Metralleta! ¡Al monte!

Pavolini