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sábado, 12 de octubre de 2024


 

La batalla de Troina

El avance por el centro de Sicilia estaba siendo un calvario. Los alemanes y algunos italianos se esforzaban por no dejarles pasar. Una desconsideración que hablaba mal de la hospitalidad mediterránea para los chicos de la Sangrienta Siete. Los alemanes le llamaban la "Línea del Etna" y es que aprovechándose de las elevadas estribaciones del volcán, la defensa de los boches estaba resultando impenetrable. Patton corría por la costa para sortearla por el flanco, pero, mientras tanto, a la 1ª división le había tocado la desagradable tarea de ocupar Troina.

La ciudad siciliana era el centro de la defensa de aquella zona. Si caía, todo el castillo se desmoronaría como si estuviera hecho de naipes. El mando lo sabía, los alemanes los sabían, pero nadie se molestó en contárselo al sargento Rogers y a sus hombres. La orden era avanzar y tomar aquel maldito pueblo aunque en ello les fuera la vida y los boches estaban empeñados en conseguirlo.

Seis días llevaban los hombres del 29 de infantería dándose de bruces contra los arrabales de la ciudad. Seis días y muchos muertos cuando el mando decidió que había llegado el momento de hacer un ataque por el flanco. Los hombres del 26º regimiento avanzaron hacia las posiciones de Monte Basilio desde donde controlarían la retaguardia alemana e impedirían la llegada de refuerzos y suministros. Un primer contraataque alemán se estrelló contra las defesas del 26, pero luego cambiaron de táctica y avanzaron para cortar las comunicaciones de monte con el resto de la primera división. Aquel era el momento de la Sangrienta Siete, siempre, en todas las batallas, llegaba ese momento.

No importaba que llevaran varios días intentando avanzar por un terreno donde las alturas pertenecían al enemigo; ahora tendrían que abandonar lo conseguido y rescatar a sus compañeros. Gonzalez se quejó y dijo que estaba a punto de entrar en Troina (era mentira). Snelling se cargó la ametralladora al hombro y preguntó: ¿hacia dónde? Y Moore apareció con dos conejos que acababa de cazar y negó a dejarlos allí tirados.

Fue un combate entre valles y hondonadas, entre casamatas y puestos de ametralladora improvisados; fue un combate a cuchillo y bayoneta donde muchos de los novatos de la Sangrienta Siete dejaron sus vidas, per al final, el bazooka del soldado Peters volaba la última posición de sacos de arena de los defensores. La comunicación con el 26º se había restablecido, la posición estaba asegurada y la Sangrienta Siete volvía a mirar a Troina con hambre.

Esa noche cenaron un estofado de conejo con patatas cocidas y el aroma flotó hacia el norte donde los alemanes, sin que lo supieran los de la 1ª división, habían empezado a retirarse.

 

 

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«Verde, superverde.»

Gigi Ciccerone