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viernes, 8 de noviembre de 2024


 

Boron

Los boron son sin lugar a dudas, la raza más odiada de EXO. De hecho, en muchas culturas y sociedades, “boron” se usa en algún refrán o dicho popular y significa siempre algún suceso de muy mal agüero.

Son, por otra parte, de las más desconocidas por el conjunto de la galaxia.

Los orígenes de los boron son inciertos. Los iroiendi han dispuestos de ellos desde casi sus orígenes y no se han ocupado de mantenerles informados de su origen, protocultura ni nada que les defina como tal. Digamos que los boron han vivido hasta nuestros días en un eterno presente.

Sin embargo, la cultura o los rasgos culturales de la especie han ido asentándose con los siglos y han configurado una verdadera sociedad funcional bajo el paraguas iroiendi.

Los boron son originarios de un planeta cubierto de bosques y grandes lagos. Provienen de una raza de arácnidos que andando el tiempo se convirtieron en la raza inteligente que gobernaba sobre la superficie. Como dato sorprendente, los boron originarios tenían tres pares de brazos, pero la hibridación y terapia genética iroiendi les despojó de un par. Por alguna razón, convirtieron la capacidad de generar hilo de seda en un gen recesivo, que aparece de vez en cuando en algunos miembros de la especie. Suelen ocupar el sacerdocio boron.

En la actualidad, su vida es lo más parecido a la de los antiguos nómadas de las tribus primitivas. Su período vital transcurre entre unos cuantos planetas y los viajes en sus naves. A pesar de lo que se cree no suelen fijar un rumbo concreto. Se dejan llevar por su instinto o, más raramente, por los augurios de sus oráculos. Sí es cierto que en muchas ocasiones realizan ciertas paradas temporales en lugares para dedicarse a la caza, un acto revestido de divinidad para ellos.

Para los boron, el siete es un número sagrado. En realidad, se debe a la división en siete clanes (más bien, siete diferentes especies de boron, distinguibles por sus colores de más claros a más oscuros) para mejor manejo por parte de cada uno de los iroiendi. Sin embargo, esto ha calado en el subconsciente y han configurado una serie de costumbres alrededor de dicho número: la tripulación de las naves es de siete boron, los portavoces en las reuniones tribales han de exponer sus ideas y cuestiones en siete klops (unos 2, 5 minutos compler), etc.

La sociedad boron es muy religiosa y de hecho, además de las tribus, los sacerdotes son los que controlan los designios de la raza. Los iroiendi lo toleran puesto que el culto utiliza sus figuras como representaciones de dioses de la guerra, la caza y en general, representaciones de fuerza. En general, actúan como portavoces de las escasas órdenes que sus amos les encomiendan. La religión se estructura de manera poco jerarquizada, permitiendo al boron sacerdote llevar los ritos y organizar la congregación como mejor le den a entender sus visiones extáticas.

Para situaciones del día a día, el poder cae sobre las tribus. Cada uno de los clanes se estructura en una alianza informal de grupos tribales encabezados por un patriarca y representados por boron con profesiones “inferiores” como comerciantes o estudiosos. Por lo general no suelen recurrir a reuniones masivas (salvo una vez cada 20 años compler o 50 klu, que se llevan a cabo en ciertos planetas con algún tipo de relevancia religiosa o bélica pasada). En el día a día, las reuniones no alcanzan a más de tres o cuatro tribus y es muy habitual terminar las discusiones a base de combates a primera sangre o a muerte, con bebida y sacrificios (generalmente, de animales) de por medio. Dentro de cada tribu sucede lo mismo.

Los boron desprecian la cobardía. Para ellos es un pecado imperdonable y suelen desterrar o ejecutar a aquellos miembros que deshonrar el camino del cazador. Por el contrario, la valentía, el arrojo y las actitudes suicidas de morir matando les son de gran admiración. Representan el culmen del cazador definitivo. Y no es una característica exclusiva de los boron. Cualquiera puede caminar ese camino.

La muerte es un asunto serio para un boron. La muerte en combate es gloriosa y se incluye el nombre del guerrero en el libro de la tribu (unas placas metálicas similares a los mentógrafos, que se guardan en cada tribu protegidas por los líderes tribales o la casa sacerdotal correspondiente). Con los partos malogrados conceden el mismo honor. Las demás muertes aunque igualmente respetables, no conllevan tales honores.

Económicamente se basan en el trueque. Eso les hace unos inesperados aliados de los jional, aunque muchos lo desconozcan. Incluso los jional. Les gusta intercambiar no sólo materiales, sino cosas como relatos, canciones o poemas. De hecho, debido a los largos períodos de tiempo en el espacio, la tradición oral es muy apreciada entre ellos y un buen narrador es un bien muy escaso y bienvenido.

Los boron consumen drogas con dos fines: éxtasis religiosos y de forma lúdica. La primera para deleitarse con las voces de los dioses y escuchar sus órdenes, la segunda para pasar el rato o los tiempos muertos. No es una actividad fomentada por la sociedad boron pero de ninguna manera estigmatizada. Mientras cumplas tu cometido, lo que hagas en tus ratos libres es cosa tuya, es su máxima.

Sus armas preferidas son las cuerpo a cuerpo. Nada hay más honroso que ver a tu enemigo y darle la oportunidad de defenderse. Eso no significa que sean idiotas y desconozcan las armas de fuego. Simplemente, una espada hace el trabajo más honorable.

En una nave boron la disciplina es muy parecida a una nave sheller. Son siete guerreros entrenados, peligrosos y con la misión de mostrarse dignos del camino del cazador. Las rencillas pueden dirimirse con posteridad. De ahí que se piense en ocasiones que comparten una sola mente colmena a la manera de los verrianos.

Sí son ciertas algunas cosas que se cuentan de ellos: sacrifican víctimas vivas en ocasiones especiales, como ofrenda a los dioses. También, en ocasiones, esclavizan a otras razas para tareas ingratas (limpiar excrementos, servir en las casas o cultivar los campos).

 

 

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«Gobernemos gracias al amor y no gracias a la bayoneta.»

Goebbels