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viernes, 3 de mayo de 2024


 

¡Devuelvan lo requisado!

Especialmente durante la invasión de España por las tropas napoleónicas pero durante toda la Guerra de la Independencia, se produjo el desvalijamiento de ciudadanos e instituciones con diversos fines. En muchos casos se trataba de abastecer a las tropas en marcha con los frutos de la agricultura o la ganadería pero en otros lo que se cambiaba de manos por la fuerza eran bienes muebles, incluso inmuebles.

Estas tropelías eran más abundantes por parte del ejército invasor, cebándose en especial con los bienes de la Iglesia. Cuando se daban estos casos, una vez el ejército seguía su marcha y la tranquilidad llegaba a la villa conquistada, no era infrecuente que los desposeídos con cierto poder, influencia o contactos, enviaran una carta a las autoridades competentes exigiendo la restitución del bien arrebatado. Muchas veces no recibían la respuesta deseada; no olvidemos que para las autoridades de la España bajo el dominio francés, el ejército napoleónico era representante de la autoridad legítima.

No es de extrañar que, en estas circunstancias, buena parte de la burguesía expropiada, laica o clerical, se pusiera de parte de la resistencia contrata la invasión napoléonica.

El ejemplo de Cuenca

Para dar un ejemplo de marco histórico de este tipo de pillajes y reclamaciones, vamos a centrarnos en la ciudad de Cuenca.

La llegada de las tropas invasoras francesas a esta ciudad en septiembre de 1808 fue relativamente tranquila. Puede decirse que en general fueron bien recibidos, a pesar de la carestía de víveres a la que la contienda no ayudaba. Aún así, se les abasteció y alojó.

Sin embargo, los soldados no pagaron con la misma generosidad a todos, especialmente las comunidades religiosas. Así, sabemos de la queja de los Trinitarios Descalzos de Cuenca a la Junta Provincial. Al marcharse el ejército francés de Cuenca, esta comunidad denunció cómo conventos y monasterios de la zona eran desvalijados de bienes en especie y en metálico, y cómo ellos en concreto, a la entrada de los enemigos, habían huido de la ciudad a las cuevas de los montes cercanos (por suerte para ellos, abundantes). Durante este tiempo de huída no habían cobrado sus rentas y en su reclamación a la Junta, daban por buena la pérdida de bienes materiales pero solicitaban se les pagasen las rentas atrasadas.

También fue absolutamente saqueado el convento de los Dominicos, sito a las afueras de la ciudad, como dan fe los representantes de la administración nacional que fueron a comprobar el estado en el que había quedado tras el paso de los franceses, encontrando las puertas abiertas, sin muebles ni efectos personales.

Como decíamos al principio, no solo los religiosos fueron víctimas del saqueo. Sabemos del caso de un particular que vivía en Cuenca y que cobraba rentas provenientes de alquilar unas tierras que poseía en su pueblo, Fuentesclaras. Cuando los franceses entraron en esta población, días antes de hacerlo en Cuenca, confiscaron entre otras esta renta, que quedó comprometida a pagarse en adelante al ejército napoleónico. Al marcharse los franceses de Cuenca, el rentista escribió a las autoridades para solicitar que se levantara el secuestro sobre esta renta.

Precisamente al marcharse el ejército francés, dejando algunas cuadrillas en la ciudad, fue cuando hubo altercados, provocados por civiles que se lanzaron a intentar expulsar a los soldados que allí quedaban. La respuesta de los soldados de Napoleón fue dura y la revuelta rápidamente extinguida. Al parecer estos asaltos estaban instigados o como mínimo bendecidos por el obispo de Cuenca, Don Ramón Falcón y Salcedo, quien sería duramente reprendido por ello por el Secretario de Gracia y Justicia de Fernando V. Este recalcaba al obispo que al oponerse a los franceses se estaba se estaba oponiendo al gobierno legítimo y que, pasmados nos deja, esa actitud poco pacífica no era muy cristiana. No solo le llamaban al orden, sino que le convocaba a presentarse al gobernador para ser interrogado sobre todo esto.

 

 

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«La muerte de un hombre es una tragedia. La muerte de millones es estadística.»

Stalin