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martes, 8 de octubre de 2024


 

Breve historia de Cunia: los godos

Fíbula aquiliforme visigótica. (Museo arqueológico de Cunia)

A su llegada a la península tras ser expulsados de la Galia por los francos, los visigodos ocuparon el norte de la Meseta, especialmente en la cuenca del Duero, una zona escasamente poblada. Los recién llegados no controlaban toda la Península ya que, de hecho, su número era muy inferior al de los nativos hispanorromanos. En la zona noroeste los suevos fundaron su propio reino mientras la cornisa cantábrica, zona poco romanizada, era habitada por astures, cántabros y vascones.

Durante gran parte del siglo VI el reino visigodo atravesó un período de inestabilidad debido a continuas luchas intestinas. En este contexto se produjeron numerosas sublevaciones contra la autoridad del monarca, entre ellas la de Cunia. Según el Codex cuniensis, un códice bajomedieval que constituye la principal fuente sobre la ciudad en esta época, bajo el liderato de un tal obispo David la urbe se rebeló contra el comes que había sido enviado para gobernar la ciudad, un hombre intransigente y cruel que pretendía imponer el arrianismo mediante conversiones forzosas. La indignación de los cunienses, hábilmente enardecida por el clero local, creció hasta hacer estallar una insurrección popular en la urbe. Un grupo de revoltosos dieron muerte al representante real durante un oficio religioso, cosiéndolo a puñaladas, tras lo cual asesinaron a cuantos visigodos cayeron en sus manos. Tras estos hechos, los cunienses se declararon independientes, una situación que se mantendría durante bastantes años. Poco después también el imperio bizantino aprovechó la debilidad de los visigodos para ocupar la zona que va desde Alicante hasta la costa portuguesa, incluyendo el norte de África y las Baleares. Cunia se alió con los bizantinos, estableciendo una próspera relación comercial con el Mediterráneo oriental, desde donde se importaban productos exóticos y de lujo.

Gracias a la firme acción política de Leovigildo (573-586) los visigodos consiguieron restablecer la estabilidad necesaria para que el reino recobrase el control sobre muchos de los territorios que se habían declarado independientes, incluida Cunia, que negoció su reincorporación a cambio de un estatus especial que es considerado por los expertos como un "protofuero", anticipándose a la implantación de los fueros locales propios del Medievo.

Leovigildo expandió y consagró el reino visigodo como la principal potencia de la Península, culminando la absorción del reino suevo e iniciando la reconquista de los territorios perdidos a manos de los bizantinos. No obstante, la pretensión de Leovigildo de unificar su reino en lo religioso con el arrianismo fracasó estrepitosamente. De hecho, el monarca vivió sus peores horas con la sublevación de su propio hijo, Hermenegildo, en el sur, quien se había convertido al catolicismo. Hasta el año 584 no se restaurará la paz, con la derrota del hijo a manos del padre. Sería su sucesor, Recaredo (586-601), quien sí que lograría llevar a cabo esa unidad religiosa, aunque en torno al catolicismo.

La relativa paz que imperó durante los reinados de Leovigildo y Recaredo se esfumó tras su muerte. Se suceden los reyes Liuva II, Witerico, Gundemaro y Recaredo II. De ellos, el que no es asesinado incluso siendo menor de edad muere en circunstancias sospechosas. Únicamente Suintila (621-631), gran líder militar, lograría culminar la expulsión de los bizantinos en el año 620 y derrotaría a los vascones, quienes realizaban continuas razias por la Tarraconense (de quienes obtuvo una deditio, una rendición incondicional, nunca antes lograda). Según algunos autores, las tropas cunienses fueron decisivas para aplastar a los vascones, a quienes derrotaron en la batalla de Calagurris (actual Calahorra), tomando y saqueando la ciudad. Suintila consiguió así llevar a cabo la unificación de todos los territorios ibéricos, el sueño de todos los monarcas anteriores.

Según la historia clásica, en el año 710 dos pretendientes se disputan el trono tras la muerte de Witiza. Los dos pretendientes que se enfrentaban eran Agila y Roderico (conocido como don Rodrigo). Se dice que Witiza, descrito en las crónicas como un rey lujurioso y decadente, habría pactado antes de su muerte la invasión musulmana de la península para que éstos ayudasen a su hijo Agila, que era menor de edad, a mantener el control del reino, en flagrante violación de la tradición electiva del reino visigodo. Sea como sea, a su muerte una facción de cortesanos palatinos entronizó a Roderico, quien no obtuvo el apoyo de buena parte de la nobleza ni tampoco del clero.

Aunque se supone que Rodrigo estaba combatiendo a los vascones cuando desembarcaron los musulmanes en el 711, otros autores apuntan que lo más probable es que estuviera haciendo frente a una rebelión de la nobleza partidaria de Agila, más numerosos en la Tarraconense y Narbonense. Por su parte, los partidarios de Rodrigo eran fuertes en Lusitania, Cartaginense y Bética.

En cualquier caso, la cuestión es que las fuerzas del Califato Omeya invadieron la península y tomaron Toledo, derrotando y dando muerte a Rodrigo en la batalla de Guadalete. Su avance resultó imparable y, apenas dos años más tarde, se encontraban ante las murallas de Cunia, próspera ciudad que seguía siendo el principal punto de entrada de los productos de lujo provenientes del Mediterráneo.

Según la tradición popular, en estos tiempos gobernaba Cunia el legendario Conde Guzmán, conocido como Guzmán el Perjuro, Guzmán el Malo o Guzmán el Chamuscado. A medida que los invasores marchaban victoriosos hacia el norte, Cunia se convirtió en el destino de numerosos refugiados, tanto judíos como cristianos, que huían del imparable avance musulmán. El mito relata que el Conde Guzmán, ante una gran multitud congregada frente a la iglesia más antigua de la ciudad, juró públicamente que defendería Cunia hasta la muerte; juramento que no dudó en romper en cuanto recibió la visita de un emisario que traía la promesa de que la ciudad y, lo que era aun más importante, todas sus propiedades y privilegios, serían respetadas si se convertía al Islam.

Sin embargo, la jugada le salió mal. De alguna forma, el populacho supo de los tratos que su señor se traía con los moros y por toda la urbe corrió de boca en boca la noticia de que un gran ejército se dirigía hacia allí con la intención de tomar Cunia. En un incontrolable estallido de ira la multitud asaltó la casa del Conde y mató a su mujer e hijos. El conde fue arrastrado fuera de su casa, donde le sacaron los ojos antes de ser quemado en la hoguera (castigo reservado a herejes y conversos renegados). Después, con teas encendidas en la propia pira prendieron fuego a la ciudad antes de huir hacia el norte. Cunia, por segunda vez en su historia, fue pasto de las llamas y quedó destruida casi por completo pero, en esta ocasión, por la mano de sus propios habitantes.

Una versión de la historia afirma que una parte del Tesoro Regio, todo el oro, plata y joyas que los visigodos habían acumulado a lo largo de su historia, fue trasladado a Cunia antes de la caída de Toledo y que fue la codicia por conservar estas riquezas lo que habría provocado la traición del Conde Guzmán. Entre estas piezas estaban la mítica Mesa de Salomón y el Candelabro de los siete brazos robado del templo de Jerusalén y llevado a Roma, donde fueron capturados durante el saqueo llevado a cabo por Alarico. Si bien se dice que la Mesa fue llevada a Medinaceli, algunos creen que el Candelabro estaba en la parte del tesoro enviada a Cunia. El Candelabro se perdió durante la destrucción de la ciudad pero algunos autores apuntan la posibilidad de que hubiera sido recuperada y escondida por los judíos de la ciudad (quienes se quedaron a recibir a los musulmanes) durante siglos...

 

 

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«No mandaremos a nuestros hijos a guerras extranjeras.»

F. D. Roosevelt