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viernes, 29 de marzo de 2024


 

MEDIR EL TIEMPO

¿Habéis oído hablar del Sabio del Desierto? Dicen los turgan que cada jornada que pasa hace una marca en la Roca del Tiempo; y que cada primavera, cuando los aprendices llegan de sus viajes, graba al lado de las marcas dibujos que representan las noticias que le han traído de más allá de las inclementes arenas.

Y no están llegando buenas noticias.

Al principio de todo, cuando las cosas eran más sencillas, las gentes de Pangea se contentaban con contar las drumas que faltaban para cada cambio de estación o, como mucho, la cantidad de inviernos que habían visto sus propios ojos. La gente no vivía mucho y las cantidades no solían superar más de dos manos de manos de inviernos, una cifra elevada, pero comprensible. Pero entonces llegaron los contactos con otras civilizaciones, el afán por honrar a los antepasados y, en general, la necesidad de contar cuánto tiempo llevaban pasando las cosas. La forma más habitual consistía en contar los años pasados desde el ascenso al poder del actual jefe de clan o grakin, haciendo siempre referencia a una estación en concreto, normalmente a la del despertar. Si se necesitaban más detalles, se relataban los nombres de los jefes que gobernaron antes del actual. Así las fechas eran de la forma "aquello sucedió pasadas dos manos y un despertar desde que Oinar tomó su lanza de jefe de manos de Arnur, que la tomo antes de Joinar, que la recibió de Marnur". Algo bastante largo, localista y, definitivamente, poco práctico.

Con el tiempo han surgido muchas formas de contar lo incontable, unas mejores que otras. Las más extendidas son las siguientes.

Los yunques dwaldur

Dicen los chak dwaldur que cuando Tharkas, el primero de los suyos, forjó la primera arma de metal rompió el yunque sobre el que trabajaba. Para los dwaldur la rotura de un yunque es un momento de un profundo significado místico. En las oscuridades de sus cavernas poco importa el curso del sol, de la druma o de los astros. Solo en incesante golpeteo de la forja tiene sentido. Cuando un duro yunque se rompe significa el final de un ciclo. Hasta la rotura del pequeño yunque que los corrientes artesanos itinerantes dwaldur usan para tallar sus herramientas de piedra y hueso tiene un significado especial, indicando al artesano que debe iniciar un nuevo ciclo, ya sea explorando nuevas rutas o asentándose definitivamente en un grakin. Evidentemente si se trata del gran yunque que existe en la forja de hierro de la comunidad el significado es mucho más profundo, ya que el ciclo que empieza afectará a toda la comunidad. Cuando un yunque se rompe se graba la runa que significa yunque en la pared de la forja y se traslada con ceremonia a una sima especial donde se arroja a un montón. Cuando el montón alcanza la vara de altura con una base de una vara en cada lado se inicia una nueva montaña de yunques, al tiempo que se empieza una nueva fila de runas en la pared de la forja. El recio yunque de la comunidad dura muchos años, siendo raro que una persona vea la rotura de más de un yunque en toda su vida.

Una montaña de yunques puede contener aproximadamente una mano de manos de yunques y cada yunque suele representar un periodo de unas tres manos de manos de inviernos. Cuando los dwaldur se refieren a un hecho del pasado suelen decir que pasó hace tantos yunques o, si es una fecha especialmente antigua, hace tantas montañas de yunques. Cuando quieren referirse a una fecha en concreto toman como inicio el primer yunque que rompió Tharkas, que se encuentra en la base de la primera montaña de Gtrejkham. Según este cómputo Tharkas forjó la primera arma de hierro hace una montaña más una mano y tres yunques (o sea, unos 2.475 años)

Las ascensiones de Asthar.

No solo la druma adorna el cielo nocturno. Además de este fenómeno multitud de estrellas iluminan tenuemente la noche. De entre todas ellas hay una que brilla especialmente, aunque su desplazamiento por el cielo es algo errático. La mayoría de las gentes de Pangea no se ha molestado siquiera en ponerle nombre, aunque para algunos tiene un profundo sentido místico, dotándola de nombres tan rimbombantes como la Perla de Ámbar de los turgan, el Huevo de Águila de los arwan o el Ojo de Asthar de los h'sar. Es para estos últimos para los que la estrella desempeña un especial papel. Según la teología h'sar sus dos dioses se personifican en la tierra a través de sus sendas representaciones celestes, estando el sol asociado a Asthar y la druma a Hassur. La primera consecuencia lógica del asunto es que, mientras el día esta consagrado a Asthar, la noche pertenece a los dominios de la serpiente negra. Durante muchos años esto supuso un quebradero de cabeza para los místicos h'sar. Según esta premisa los dos dioses se trataban en igualdad de condiciones, lo que chocaba con la mayor popularidad del dios principal. Los místicos, en su mayoría seguidores de Asthar, necesitaban encontrar alguna manifestación celeste de la superioridad de un dios sobre el otro. Sin ninguna otra obligación que la de dedicarse a la teología especulativa, los místicos escudriñaron el cielo. Parecía claro que la señal debía encontrarse en el cielo nocturno, ya que el diurno era bastante inmutable. Fue cuando los h'sar descubrieron que las estrellas no se colocan aleatoriamente en el cielo y que existe una pauta en sus movimientos. Les llamó especialmente la atención la más brillante de todas, casi siempre presente en el cielo nocturno. Era casi como un sol en miniatura. Decidieron que sin duda se trataba de una personificación nocturna de Asthar, concretamente de uno de sus ojos, que el dios mandaba a la noche para vigilar a sus fieles y a su oscuro hermano. Rápidamente, al igual que habían hecho con el sol para determinar las estaciones y con la druma para determinar sus fases, se pusieron a estudiar el movimiento del Ojo de Asthar. Fue una labor farragosa que les llevó toda una generación de místicos el desentrañarla. Comprobaron que seguía un ciclo más o menos uniforme durante el cual cada vez el ojo estaba más alto en el cielo, para luego comenzar a descender. Empleando grandes piedras llenas de marcas consiguieron medir este ciclo, dividiéndolo en cuatro periodos. Durante cuatro manos y un día el Ojo asciende por el cielo. Luego pasa tres días en la parte más alta, sin apenas cambios, para luego descender durante cuatro manos y un días más. Por último pasa aproximadamente dos días oculto a la vista. Estas fases las llamaron Ascenso, Apogeo, Descenso y Doblenoche. A cada periodo completo le denominaron Ascensión. Identificaron cada mano y cada día del ciclo con una runa especial y las grabaron en las piedras que usaban para medir los movimientos del Ojo formando un círculo. Sucedió que, casualmente, un día coincidió el día central del Apogeo con la vinkana de la primera druma de la estación de despertar, que en la cultura h'sar marca el inicio del año. Este hecho insólito, en el que los dos dioses de los h'sar se mostraban en su mayor gloria, tuvo unas importantes connotaciones religiosas, en las que se celebraron multitud de sacrificios para honrar a los dioses. Llamaron al suceso Conjunción, y marcaron el día en las piedras. Como quiera que ya habían hecho un dibujo circular con las runas de las tres manos y una druma de las que está compuesto el año, unieron ambos dibujos para ver si eran capaces de predecir la próxima Conjunción. Predijeron que tendría lugar pasados una mano de manos, más cuatro manos y dos años. Dos generaciones de místicos estuvieron aguardando el momento con ansia, hasta que finalmente la Conjunción volvió a suceder, solo que con un día de adelanto. A pesar del error la predicción fue considerada un buen augurio y los hombres serpiente celebraron más sacrificios que nunca. Anotaron el error en su calendario y aguardaron la próxima Conjunción. Han pasado ya tres manos de Conjunciones desde entonces, y, aunque los h'sar continúan haciendo correcciones en su calendario, añadiendo días aquí y allá con especial sentido místico, el sistema ha acabado por implantarse. De esta forma los h'sar de a pie usan en mismo calendario que las otras razas, el que marca el devenir de las estaciones, mientras que los místicos siguen su propio calendario marcado por las Ascensiones del Ojo de Asthar. El calendario solo les falló una vez, hace ya casi dos manos de Conjunciones, cuando, inexplicablemente el día de la Conjunción el Ojo no apareció en el cielo nocturno. Los místicos de Hassur sacaron provecho de la consternación y consiguieron que su sumo sacerdote, Sirva, fuera nombrado Astet. La consecuencia final de esto fueron las Guerras Raciales.

El resto de las razas no entienden el intrincado calendario de los h'sar. Solo saben una cosa de él, cuando los hombres serpiente comienzan a murmurar que se acerca la Conjunción, es el momento en de que las gentes de bien eviten los viajes y los esclavistas suban los precios.

Nota: El lector avispado habrá notado que los dos calendarios anteriores se contradicen. Según uno las Guerras Raciales tuvieron lugar hace 2.475 años, según el otro tan solo 470. ¿Quién tiene razón? ¿Se habrán equivocado los h'sar en sus mediciones? ¿Habrán añadido yunques los dwaldur para darse importancia? Probablemente la respuesta la tenga el Sabio del Desierto.

El Sabio del Desierto.

Intentar decir desde cuanto lleva el Sabio del Desierto contando los años es remontarse hasta el origen mismo de Pangea. Según cuentan los Aprendices del Sabio, cuando el Gran Espíritu partió hacia su lucha final con el Oscuro, le encargó a un sabio chamán que no olvidase tan importante fecha. Llevaba mucha razón, porque fue el último día que el Gran Espíritu fue visto en la superficie de continente. Este sabio, temeroso de su memoria, comenzó a anotar una marca en una gran roca en el Desierto del Escorpión por cada día pasado. Cuando pasó un año sin que el Gran Espíritu volviera, temeroso de que El necesitase conocer qué había pasado durante su ausencia, grabó con unos toscos dibujos imágenes que representaban los sucesos de ese año, confiando en que los espíritus ligados a los dibujos le ayudasen a recordar lo pasado cuando llegase el momento de volver a hablar con el Gran Espíritu. Ese día nunca llegó, pero el sabio siguió grabando sus marcas y sus símbolos en la que fue bautizada como la Roca Roja. Tomo varios aprendices que le ayudasen en la tarea, tanto para grabar los símbolos como para recopilar qué estaba pasando en el mundo. Muchos Sabios del Desierto continuaron con la interminable tarea, hasta que llegó un momento en el que era imposible contar las marcas en la pared. Para poder conocer con facilidad los años pasados, un Sabio del Desierto ideo un astuto sistema. Por cada año pasado grabaría una marca en una estela de una vara de alto por una vara de ancho. Cada mano de marcas tacharía las mismas e iniciaría una nueva marca una palma más abajo. Así cada grupo de una mano de mano de años conformaría una columna. Una vez terminada una columna iniciaría una nueva columna a una palma de la anterior. De esta forma cada estela tendría una mano de columnas. Al mismo tiempo, por detrás de la estela y cada mano de años, se grabaría una o dos runas que hicieran referencia al acontecimiento más reseñable de esos años. Así pues, al terminar una estela, esta tendría en su parte de atrás un resumen de lo acontecido durante muchos años (concretamente una mano de mano de manos de años, o sea 125 años). Cuando se inicia una nueva estela se graba en la parte de arriba la runa de un animal que los espíritus dicen inspirará los acontecimientos que sucederán durante la estela.

De todas formas el Sabio del Desierto sigue haciendo una marca en la roca por cada jornada pasada, y sigue grabando un resumen en runas por cada año pasado. Como el sistema de las estelas se ideó después de que ya hubiese muchas marcas en la Roca Roja los Sabios del Desierto acometieron la nueva tarea de transcribir los datos de la Roca Roja a nuevas estelas, empezando por el día antes de que se ideara el sistema, dando comienzo a una tarea que terminará cuando se alcance la primera marca, ahora casi invisible, de la Roca Roja. De momento adornan las proximidades de la Roca Roja un total de cuatro manos y una estela (o sea, hay recogidos un total de 2.625 años de historia de Pangea). Un número tan grande que algunos ya están sugiriendo la idea erigir en una llanura cercana una gran piedra por cada mano de estelas. Una idea un tanto descabellada, pero que muchos están empezando a tomar en serio.

De todos los sistemas expuestos el del Sabio del Desierto es el único que cuenta con una singular ventaja; gracias a los itinerantes aprendices es conocido en todo el mundo. No es raro ver en los grakin a los iniciados del Sabio, caracterizados por las profundas escarificaciones de su cara y su cabeza afeitada tintada de rojo con los minerales del Desierto del Escorpión. Se les conoce como los Viajeros Rojos, y son respetados y protegidos por todos los habitantes de Pangea, ya que existe la creencia de que si alguien lleva a cabo una hazaña que queda grabada en la Roca Roja, su espíritu alcanzará un estatus especial cuando llegue la muerte. Además son una excelente fuente de información de noticias y recuerdos, siendo consultados frecuentemente por los comerciantes, tanto para saber el estado de las rutas comerciales como para conocer hechos del pasado que les puedan ser de utilidad. No está muy claro como hacen los Viajeros para recorrer la amplia extensión de Pangea y al mismo tiempo mantener informado a su maestro. No son pocos los que creen que usan arbian del viento de forma regular para trasmitir sus crónicas.

De esta manera es normal que la gente de los grakin use el cómputo de tiempo del Sabio del Desierto para contar los años y muchos jefes tribales recuerdan el día de su ascenso en el trono como tal año de tal palma de tal columna de la estela correspondiente. Así, por ejemplo, Ursus fundó Aguaclara durante el primer año de la tercera palma de la cuarta columna de la estela del Jabalí.

La fecha actual es el tercer año de la quinta palma de la quinta columna de la estela del Caribú, y existe cierta expectación por cual será el animal que defina la nueva estela y qué acontecimientos le esperan a Pangea en el futuro.

 

 

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«Han venido a que se los coma el lobo.»

Hitler