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viernes, 4 de octubre de 2024


 

Los godwan

El macizo de Agatjar es una inexpugnable barrera que separa Entrovia del resto de Pangea. Por una parte lo abrupto del terreno, ya solamente existen dos pasos conocidos (el Desfiladero del Lobo y la Garganta de la Niebla) dificulta terriblemente la movilidad entre ambos lados de las montañas. Por otro, docenas de bandas de ogros infestan la región, asaltando a los miembros de las demás razas y robándose mutuamente cuando no encuentran a nadie más débil a quien hostigar. Sin embargo, en Agatjar hay cosas a las que incluso los ogros temen...

Existe un lugar, cerca del lugar en donde Agatjar se une a las Montañas Blancas, al cual incluso los ogros temen ir. Allí hay un empinado monte rocoso de granito grisáceo, que brilla con un tono fantasmal a la luz de la luna. Tras él hay un pequeño valle cubierto por árboles retorcidos en formas extrañas, y rodeado por abruptas paredes de roca desnuda, en la que pueden verse numerosas bocas de cavernas. Nada parece turbar la quietud de este lugar. Aquí los pájaros no cantan; el viento parece no mover las ramas con la misma intensidad que en otros lugares; el sol parece dar menos calor y las sombras parecen más alargadas; la sensación de estar siendo vigilado es permanente...

Pocos se atreven a acercarse a este lugar durante la noche, y aquellos que lo hacen a menudo desaparecen y no se vuelve a saber de ellos, especialmente entre aquellos que osaron escalar la pared de roca para acercarse a la boca de las cavernas. En ocasiones, se han divisado cabras salvajes pastando en el valle; aun así, nadie les da caza, pues los ogros creen que podrían molestar a aquello que sea que mora en este lugar, al que los ogros llaman el Valle del Silencio.

Hay numerosas cavernas en la pared de granito. Nadie recuerda ya que, hace mucho tiempo, vivió aquí una tribu de dwaldur, llegados desde el lejano Grejkham con la intención de fundar un nuevo asentamiento, al que llamaron Akherham. El valle era entonces tremendamente fértil, y durante un tiempo los dwaldur prosperaron, internándose más y más profundo en la dura roca hasta que encontraron una caverna en donde manaba un manantial subterráneo de aguas tan claras y dulces que fue considerado una señal del favor de Tarkhas. En ese lugar, la bóveda de la comunidad, crearon un templo al padre de todos los dwaldur. Durante un tiempo, algunos creyeron que Akherham podría crecer y prosperar tanto como los grandes asentamientos dwaldur y, entonces, llegaron los ogros.

Los dwaldur fueron sorprendidos y sitiados por tribus de ogros al servicio del Wukran. Los dwaldur de Akherham no lo sabían, pero estaban inmersos en las que más tarde serían llamadas guerras Raciales. Pese a ser ampliamente superados en número, consiguieron rechazar a sus enemigos y atrincherarse en el valle, en donde podían sobrevivir indefinidamente.

Pero el Wukran no estaba dispuesto a dejarse derrotar tan fácilmente. Apenas habían pasado unos pocos inviernos tras la derrota de los ogros cuando llegó al valle Jtor, un thaika que había sido corrompido por el poder del Wukran. Afirmando que pertenecía a una tribu dwaldur cercana aniquilada por los ogros, halló refugio en Akherham, convirtiéndose pronto en uno de los ayudantes más aventajados del Chak. Gracias a un oscuro don del Wukran que le permitía mesmerizar a sus semejantes, consiguió tiempo después ser nombrado Chaktagar, uno de los candidatos para suceder al Chak cuando éste muriera. Aprovechando la vejez y la creciente senilidad de su maestro, Jtor corrompió con ceremonias wukranicas el manantial subterráneo que alimentaba a la comunidad, envenenando sus aguas, las cuales se tornaron turbias y gélidas. Pronto comenzaron a nacer niños deformes, que debían ser sacrificados arrojándolos por una sima. Los habitantes de Akherham llegaron a creer que habían sido malditos por Tarkhas por no haber ayudado a las demás tribus dwaldur cercanas... Sin embargo, poco después otros de los Chaktagar descubrió a Jtor realizando sus oscuros ritos junto al manantial. En la terrible lucha que prosiguió, Jtor cayó herido de muerte en mitad de las aguas y su espíritu fue engullido por ellas.

Sin embargo, ni siquiera con la muerte de Jtor volvieron las cosas a ser como antes. Durante los siguientes veranos el valle fue cambiando poco a poco, volviéndose tal y como es actualmente. Cada vez nacían más niños deformes, y en apenas unas pocas generaciones las cavernas quedaron desiertas y silenciosas.

Entonces, mucho tiempo después, los cazadores de una tribu de ogros llegaron al valle mientras perseguían una presa. Una vez allí, treparon por la pared de piedra y penetraron en las cuevas, descubriendo las maravillas que los dwaldur habían dejado tiempo atrás. La tribu de ogros se instaló en las cuevas y vivió tranquilos durante un tiempo, aunque debido a la influencia del agua del manantial se volvieron incluso más malignos y retorcidos que los ogros comunes.

Un día, dos jóvenes ogros discutieron por la posesión de una hembra. Ambos lucharon junto al manantial, y uno de ellos terminó por ahogar al otro en las frías aguas. Al día siguiente, varios miembros de la tribu descubrieron, flotando sobre el curso del manantial, una figura oscura y terrible que les infundió completo pavor. Los ogros pensaron que se trataba de un espíritu tremendamente poderoso y se postraron ante él, a cambio de que les permitiese seguir bebiendo del manantial.

En realidad, el espíritu era el espectro del maligno Jtor, que había sido despertado por la energía desprendida por la agonía del ogro. Jtor estaba muy desorientado, y al principio no se mostraba ante los ogros sino ocasionalmente. Sin embargo, tenía tenues recuerdos de su vida anterior, por lo que reconoció las muestras de adoración de los ogros por lo que eran. El fervor de sus seguidores le alimentó, fortaleciéndole poco a poco. Algún tiempo después los ogros comenzaron a realizar ofrendas a Jtor, y éste descubrió que con cada una de ellas crecía su poder. Con el tiempo, el espectro fue capaz de volver a recurrir a sus viejas habilidades de mesmerismo. Jtor hipnotizó a sus seguidores hasta la obediencia ciega, y les envió en busca de más sacrificios, esta vez más poderosos que los animales que habían sido su "alimento" hasta ahora...

Los ogros consideraban a su protector un amo exigente pero enormemente benéfico para su comunidad. A cambio de las víctimas que le eran sacrificadas, Jtor podía curar a los enfermos y realizar otros portentos. Con el objeto de mantener la ilusión en la que vivían sus seguidores, les prohibió relacionarse con ninguna otra tribu de la región, lo que debido al aislamiento del valle no resultó excesivamente difícil. Sin embargo, pronto resurgieron los problemas derivados del prolongado consumo del agua negra. Al principio, las deformidades eran leves, y a menudo pasaban por las peculiaridades físicas típicas de los ogros. Sin embargo, con el tiempo se fueron acrecentando, y finalmente Jtor tomó una decisión crucial: instauró la costumbre de que los ogros debían tratar de coger prisioneros en vez de matarlos, y traerlos ante él para que él los "probara".

Desde entonces, Jtor intenta hipnotizar a los prisioneros que le traen y, si tiene éxito, son introducidos en la tribu. Si no logra hacerlo, ordena que los maten allí mismo, tras lo cual los ogros devoran los cadáveres. La fama de que este lugar debe ser evitado ha crecido, y las demás bandas de ogros de la región ya no se acercan, así que cada invierno que pasa resulta más difícil encontrar nuevas presas, y la tribu de Jtor, que por influencia de los humanos asimilados en la tribu han comenzado a denominarse a sí mismos los godwan (que ellos traducen como "gente divina", "gente escogida por el dios"), debe arriesgarse en incursiones más y más lejos.

 

 

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Cita

«Y si quiere palo, pues palo y palo!»

Mussolinni