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lunes, 7 de octubre de 2024


 

El éxodo de Kust

Capítulo I

Había pasado algo de tiempo.

Kust se fue acercando al grakin de Siempreverde, al sur del bosque de la Serpiente, desde lejos pudo ver sus murallas hechas de árboles del mismo bosque. El grakin formaba parte del bosque desde que se creó y sus habitantes habían conseguido que creciera al mismo tiempo alrededor y en él. Las defensas del grakin eran parte del mismo bosque: árboles vivos que habían crecido en los lugares justos para que fuera más fácil establecer el poblado (¿o sería al revés?) y matorrales espesos que atravesarían de espinas a aquel que intentara cruzarlo. La entrada misma a Siempreverde aparecía perfectamente disimulada, una gran arcada que no parecía existir si te aproximabas desde un ángulo un poco desviado de la línea recta. Después de un rato, comenzó a distinguir las figuras que entraban y salían en pequeños grupos. La entrada aparecía custodiada por dos dwandir, con sus arcos preparados en caso de emergencia, como siempre. Entre ellos pequeños grupos de personas entraban y salían, dirigiéndose donde quiera que sus vidas les llevaran. Los guardianes de la entrada no parecían muy interesados en ellos pero cuando divisaron a Kust se pusieron en guardia y ya no apartaron la mirada de él.

- Saludos, Guardianes de la Puerta. Kust el perdido pide permiso para entrar en el grakin de Siempreverde.

Se quedó observando a los guardianes, que le estaban examinando atentamente, en busca de posibles armas o de algo que les indicara si aquel extraño curtido por el Sol de las Llanuras del Este iba a suponer una amenaza para la paz del grakin. Solo pudieron ver que se trataba de alguien habituado a caminar bajo el sol y que era mendwan cazador, a juzgar por la lanza que portaba y el hatillo de provisiones que colgaba de su espalda.

A su vez Kust pudo estudiarles a ellos. Ambos vestían de manera similar, con las famosas telas vegetales de la planta del algodón, teñidas de un verde que se camuflaba con el de su entorno. Sus cabellos largos aparecían recogidos con un adorno de madera en una cola y muñequeras de tela protegían sus muñecas. También pudo ver que sus orejas aparecían perforadas por pequeñas piedras en punta, al parecer otro tipo de adorno. Pero lo que más llamaba la atención era el arma por la que son famosos: el arco. Cada uno de ellos era único, al parecer estaban creados para su dueño y seguramente, por él. Cuando uno de ellos se dio cuenta de que observaba su arma, sonrió amenazadoramente y levantó un poco el arco hacia él, de manera que si lo disparara le daría en el estómago. Kust no se movió.

Confundido, bajó el arma y le dijo que pasara y no bloqueara más la entrada. El cazador entró por primera vez en su vida en un grakin. En realidad por segunda vez pero aquel grakin que visitó anteriormente era tan diferente…

Mientras avanzaba contemplándolo todo, tocó distraídamente el hueso que colgaba de su cuello.

Aquel sitio se parecía algo a su propio poblado, pero era más grande y con mucha más gente que iba y venía continuamente. Las chozas parecían más robustas y duras y algunas tenían techos de ¡piedra! Al igual que sus paredes. Se acercó a tocar una de ellas pero un tikki se le acercó rápidamente intentando venderle algo que Kust ignoró mientras se alejaba. Siempreverde parecía más grande por dentro que lo que dejaba adivinar la muralla de árboles exterior. Entre las personas que vivían allí se cruzó con mendwan como él, aunque de piel más clara, tikkis, y unos pocos dwandir algo más relajados que sus compañeros de la entrada. En la zona central del grakin, y en el centro de lo que parecía ser un mercado, se alzaba una gran choza de piedra adornada abundantemente con plantas que se enroscaban en su estructura y con adornos de piedra que estaban colocados en la parte superior, imitando al parecer a cierta clase de pájaros. En la entrada de esta choza, dos mendwan fuertemente armados vigilaban.

Kust se detuvo unos instantes a observar mejor el edificio y a pensar cual iba a ser su siguiente paso. Había llegado al grakin con una idea clara, pero ahora que estaba en él, su misión parecía complicada, dada la cantidad de gente que allí habitaba, todos desconocidos.

Bueno, esperaba que no todos. Si quería buscar a alguien de los suyos, como era posible que hubiera allí según sus antiguos compañeros, pensó que lo mejor era ir hacia donde más gente hubiera y comenzar a buscar. Así que se internó en el mercado.

Allí descubrió una gran cantidad de productos manufacturados que no había visto antes: adornos para todo el cuerpo, pieles para cubrirse y para vestir, un mendwan que trataba de vender armas a un grupo de dwaldur viajero que se reían de él, frutas que no había visto antes y vendedores ambulantes de comida. Sus sentidos se vieron abrumados y Kust se sintió eufórico con la vida que despedía aquel sitio. Cambió algo de carne por bastante fruta y se entretuvo paseando entre los puestos mientras masticaba ruidosamente la fruta verde que había comprado.

Al girar por una esquina de la gran choza central, la que quedaba justo detrás de la choza, vio una especie de atril de madera, en donde aparecían algunas personas atadas de pies y manos con cuerdas. A los pies y alrededor del atril una pequeña muchedumbre parecía regatear voz en grito y Kust supo que había encontrado lo que buscaba: esclavos. Cuando perdió el rastro de los asesinos de su pueblo, el entonces todavía joven cazador deambuló por las amplias llanuras, perdido y sin saber que hacer. Volver a Madreselva era impensable, ¿qué iba a hacer solo, sin pueblo y siendo un paria a ojos de los dioses por no haber compartido su mismo destino? Así que estuvo un tiempo vagando, tratando de encontrar de nuevo el rastro y desesperando a medida que pasaban las jornadas.

Entre la gente que regateaba pudo distinguir a un mendwan muy ricamente ataviado que observaba la discusión que se desarrollaba a su alrededor. Dos fuertes mendwan más le acompañaban y no dudaban en propinar duros empellones a los que, en su enfervorización, se acercaban demasiado a su líder. No hacía falta ser muy listo para saber que se trataba de un personaje importante del grakin y Kust se quedó por los alrededores sin llamar la atención.

El personaje no hacía ningún ademán de estar participando en los reñidos regateos pero permanecía atento a su desarrollo. Era alto y fuerte y les sacaba una cabeza a sus guardianes. Tenía una melena castaña y una frondosa barba y su pose era firme. Se trataba de alguien que se movía en su terreno y estaba acostumbrado a que no le molestaran; probablemente era el jefe del grakin, llegó Kust a la conclusión. Un rato después y cuando todos los que estaban encima de la tarima fueron vendidos y retirados, subió otra tanda de esclavos. En su mayoría se trataban de mendwan, con un par de dwaldur que estaban muy heridos y apenas se tenían en pie. Pensó en cual sería la reacción de los dwaldur del mercado si llegaban en ese momento, pero aquello no ocurrió. El líder entonces hizo un gesto a uno de sus guardianes y este se dirigió a la tarima. Subió a ella y cortó las cuerdas de uno de los esclavos mendwan. Un joven que ni siquiera habría pasado el rito de la edad adulta de cabellos rubios y que parecía provenir de muy lejos. Estaba escuálido y su voluntad quebrada, como comprobó Kust al ver que no hacía ningún ademán cuando aquella mole musculosa se le aproximaba. El mercader de esclavos protestó al ver a aquel hombre subir al estrado pero pronto calló al ver quien le enviaba y recibir una bolsa con algo que le hizo brillar los ojos, arrojada por aquel. Guardián y esclavo bajaron de allí y se reunieron con el líder, que miró brevemente a su nueva adquisición y se giró hacia la gran choza, dirigiéndose a su entrada.

El cazador sonrió al ver que acertaba en sus intuiciones una vez más. Les siguió a una distancia prudencial y pudo observar como entraban en aquella magnífica choza de piedra, que poseía unas ramas de palma tapando su entrada y salvando de ojos curiosos el interior.

Quizá este hombre pudiera hablarle a Kust de los que andaba buscando. Se dirigió hacia la entrada y uno de los vigilantes se interpuso en su camino, apuntándole con una maza de piedra y gruñendo algo que Kust pudo descifrar como, - ¿A dónde crees que vas?

- Saludos guardián de la choza de piedra, me gustaría hablar con el señor de esta casa.

Una expresión extraña que Kust no supo adivinar cruzó el rostro de aquel hombre.

Pasando unos instantes volvió a preguntar: - ¿Y tú quien eres?

- Mi nombre es Kust el perdido y me gustaría hablar con el señor de la casa.-

Repitió.

- El señor de la casa es uno de los señores del grakin Siempreverde y no quiere ser molestado, extranjero.- Y movió ligeramente la maza en señal de impaciencia.

- Solo tardaré un momento en hablar con él. Menos de lo que tarda una pluma de aguilucho en caer del nido.- Claro que habría que ver cuanto de alto estaba el nido, pensó.

La extrañeza apareció en el entrecejo del guardián, que miró a su compañero en busca de ayuda. Aquel parecía muy feliz escuchando la conversación y no hizo amago de entrar en ella.

- Largo de aquí pequeño hombrecillo si no quieres probar mi maza de piedra - Aquella frase le dejó claro al "pequeño hombrecillo" que el guardián quería zanjar aquello cuanto antes, pero Kust insistió de nuevo:

- Por favor, solo será un breve encuentro, luego me iré.- Un rugido precedió al ataque de aquel hombre. Eso puso en alerta a Kust pero aunque aquel no hubiera gritado, la lentitud con la que blandió la pesada maza le daba tiempo suficiente para esquivar cómodamente el golpe, que se hundió secamente en la tierra. Instintivamente movió su lanza por si el ataque se repetía pero el otro hombre intervino interponiendo su lanza entre la del cazador.

- Yo de ti no lo haría, muchacho.

- No pensaba atacarle, sería muy fácil acabar con él - contestó mirando fijamente a su agresor, que sacaba el arma del pequeño agujero que había hecho. Al oír el comentario volvió a aullar y trató de levantar su arma rápidamente para atacar al deslenguado extranjero pero su compañero no se apartó de delante de él y este cesó con el ceño fruncido.

- Veamos si nos calmamos un poco todos.- Y se giró encarando a Kust.- Y tu trata de no incitarle, Reg tiene poca paciencia.

- De acuerdo, pero yo no he empezado, yo solo quiero… Una voz surgió de pronto interrumpiendo la frase:- Si, solo quieres entrevistarte con el señor de la casa, lo sabemos. -La voz surgía del interior y el hombre surgió apartando las hojas de palma.– Y aquí estoy a causa del escándalo, Sirvan el Justo. ¿Y bien? -Se quedó expectante, en la puerta.

- Me gustaría hablar con usted. Estoy buscando a ciertas personas.-

- ¿A ciertas personas? ¿Y como puedo ayudarte yo en eso? Tú no eres de aquí.-

- Así es Sirvan, vengo de muy lejos y vengo buscando a mi pueblo.- Sirvan se quedó observando la firme decisión de Kust y finalmente dijo: - Entra, hablemos dentro.- Y le ofreció entrar. En el interior Kust observó una cantidad de muebles enorme que llenaba la casa. Así mismo observó una escalera de piedra que por el interior de la casa, parecía llevar a un piso superior. Y en la escalera vio a una esclava. Vio a una mujer de su tribu. Vio a Gakkdar, una de las mejores amigas de Gerdak1.

1 Gerdak era la mujer que se iba a convertir en su compañera la noche en que todo comenzó (ver capítulos anteriores de "Tambores en la Jungla").

 

 

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Cita

«Pobre Adolf, todos te han traicionado y abandonado.»

Eva Brown