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jueves, 28 de marzo de 2024


 

TAMBORES EN LA JUNGLA

Tambores. Decenas de tambores. Todos sonando al mismo tiempo, haciendo estremecerse a la jungla y al poblado. La fiesta de caza había comenzado y había sido una buena temporada. Ahora los cazadores lo celebraban danzando en honor de la Madre Jungla que les había bendecido con buenas piezas durante todo el ciclo. Los cazadores danzaban al son de los tambores. Sus cuerpos se estremecían, saltaban y se contorsionaban al son potente de los tambores. Alrededor del gran fuego describían sus acrobacias, mostrando al resto del poblado, lo fuertes y poderosos que eran con sus movimientos y sus armas blandidas en el aire, lanzas de piedra creadas antes del Ciclo de Caza, hechizadas por los chamanes para que fueran fuertes y certeras y no fallaran cuando se arrojasen.

Las mujeres junto a los niños y los más ancianos, los rodeaban, observando su baile y cantando juntos a la Madre Jungla. El sonido del canto y el baile podía escucharse desde muchas varas de distancia y las fieras preferían alejarse de tan estruendoso sonido.

 

El joven Kust Brazocertero estaba disfrutando como nunca. Su primera danza de caza estaba siendo todo un éxito. Sentía un calor dentro de sí que solo en parte venía de la Gran Hoguera que tenía frente suya. El collar de huesos que le confeccionara su Sinbak1 antes de partir a cumplir su ritual le golpeaba el pecho en cada salto que daba. Kust saltaba y danzaba frenéticamente, tratando de hacerlo mejor y más alto que los demás. Gerdak estaba mirándolo con aquellos profundos ojos oscuros y brillantes y él quería conquistarla. Si a ella le gustaba su baile, esa noche yacerían juntos por primera vez y para el resto de sus vidas.

La danza siguió durante un rato interminable, los cazadores, sudando a causa del calor de sus movimientos y el de la gran hoguera, comenzaban a desfallecer. Después de varias jornadas tras la mayor presa que pudieran encontrar para demostrar su valor y fuerza, estas les abandonaban. Este era el momento clave de todo el rito. Aquel que pudiera aguantar hasta el cese de los tambores sería aceptado entre el resto de cazadores y ganaría una compañera fiel. Varios de ellos saltaban cada vez a menos altura y sus rostros reflejaban el agotamiento, pero ninguno quería ceder. Nadie quería caer y mostrar así su debilidad. Eso significaba tener que esperar hasta la próxima estación del Crecimiento para intentarlo de nuevo.

Aun así, varios de ellos fueron presas del agotamiento. Primero un joven resbaló y cayó al suelo, luego otro cazador se mareó y se tambaleo peligrosamente hacia la hoguera hasta acabar también en el suelo y así hasta una mano de cazadores fue vencida.

Kust comenzaba a ver borroso. El sudor se le introducía en los ojos y el profundo calor que despedía la hoguera se empezaba a convertir en algo incluso doloroso. Pero no quería ceder. Quería superar el Rito la primera vez que se enfrentaba a él. Así se convertiría en uno de los mejores de su tribu y sería tratado con respeto por ser uno de los que traían el sustento.

 

De pronto, el sonido de los tambores y del cántico cesó. Fue como si la misma jungla despareciera dejando un vacío que les hizo derrumbarse exhaustos.

Mientras jadeaban en el suelo, recuperando el aliento, las mujeres los iban ayudando a ponerse en pie, les daban de beber una poción regeneradora preparada por el chaman y les conducían al interior de las cabañas.

 

Kust se dejó llevar. Mareado y exhausto hasta más no poder, ni siquiera era capaz de distinguir quien le ayudaba a levantarse y lo llevaba hasta una cabaña del poblado. Suponía que era Gerdak, ya que era lo típico, la Sinbak recogía a su hombre y se lo llevaba su cabaña, donde pasaba la noche con él.

Kust deseó que ella fuera piadosa y no le hiciera sudar más aquella noche…

 

Calor, muchísimo calor. Kust se encontraba en medio de una gran hoguera, el fuego consumía su cuerpo y él se retorcía intentando escapar, pero era imposible, el fuego lo ocupaba todo y hacía imposible la huida. El joven guerrero escuchaba gritos a su alrededor, sobre el crepitar de la gran hoguera, había gente fuera del fuego y parecía que sufrían incluso más que él. De repente vio algo que le hizo estremecer. Una gran sombra se abalanzaba sobre la hoguera, aunque parecía incapaz de penetrar en ella. De llegar hasta Kust.

 

Se despertó poco a poco, como los chamanes que viajaban a las tierras de los espíritus y parecían no querer volver. Continuaba sudando y ahora le dolía todo el cuerpo. Sentía que algo le impedía moverse y le aprisionaba. Era algo grande y pesado que yacía sobre él y se le clavaba por el cuerpo. Pero lo que le hizo reaccionar fueron los gritos. Se dio cuenta de que escuchaba gritos a su alrededor, como en su sueño. Su tribu gritaba, pero esta vez eran gritos de miedo y de terror.

Kust, desesperado, trató de escapar de su prisión, pero no podía, con cada movimiento se le estremecía el cuerpo a causa del agotamiento y se le clavaban en la piel más de aquellas terribles puntas afiladas. Mientras trataba de moverse por todos los medios, seguía escuchando los gritos de su gente, y unos sonidos que nunca antes había escuchado, sonidos de bestias, pero bestias que no conocía. Su tribu estaba siendo atacada y no podían hacer nada por defenderse. Aterrado más allá de toda medida, cayó en la cuenta de que todos los guerreros debían estar exhaustos como lo estaba él, y no podían hacer frente a lo que les atacaba.

Intentó gritar pero estaba demasiado cansado. Con un último esfuerzo trató de incorporarse, levantó un poco el peso que le aprisionaba y logró empujarlo hacia un lado. En ese momento, una de las puntas le cruzó el rostro y abrió un corte en la cara de Kust. Sintió como algo espeso le caía por la mejilla izquierda y cayó inconsciente.

 

El canto de los Pájaros Rojos indicó el inicio del día. Los machos llamaban a las hembras y ellas contestaban desde la lejanía, jugando a un juego de persecución con ellos. La luz del día llegó hasta los ojos de Kust y le hizo regresar al mundo de nuevo. Lo primero que hizo Kust fue gritar. Dio un grito que espantó a las aves que revoloteaban por los árboles que rodeaban al poblado y las hizo huir con un estruendoso batir de alas. Siguió gritando hasta que se quedó ronco y entonces empujó a un lado aquello que le tenía aprisionado hasta entonces. Se trataba de un árbol bungan, que se había derrumbado sobre la cabaña en la que se encontraba. Eso explicaba los pinchazos y el corte en su cara2. Por fin se pudo levantar y salió de los restos de la cabaña en la que había estado toda la noche. Era la cabaña de la familia de Gerdak, que estaba destrozada por la caída del árbol. Pero también estaba parcialmente quemada, aunque el fuego no se había extendido demasiado antes de apagarse. Gracias a los espíritus.

Al salir de los restos de aquella casa Kust contempló afligido sus alrededores. Todo el poblado había sido arrasado. Las cabañas destruidas, quemadas en su mayoría y otras simplemente destrozadas. La Gran Hoguera, que debía mantenerse encendida hasta que los nuevos guerreros fueran bendecidos por el chaman, humeaba tristemente en medio de toda aquella desolación.

Mientras caminaba entre los restos, vio como algunos de los bultos que estaban esparcidos eran cuerpos de las gentes de la tribu. En su mayoría eran ancianos, pero distinguió algunos guerreros que bailaron con él la noche anterior. Habían muerto defendiendo a la tribu, cosa que él no pudo hacer. Sin embargo algo le extrañó. Había muy pocos cuerpos. ¿Dónde estaban el resto? ¿Y las mujeres y los niños?, ¿y los demás guerreros? Kust corrió a buscar los demás cuerpos entre las cabañas pero no encontró más que unos cuantos guerreros como él, que habían muerto carbonizados entre los restos de las cabañas. Era muy extraño. Como si se hubieran llevado a la mayoría de la tribu, matando solo a aquellos que no podían luchar o los que habían tratado de defenderse. La Tribu del Río no tenía capacidad para un ataque tan grande y nunca arrasaría el poblado. Además, habría algún cuerpo enemigo y Kust solo veía antiguos compañeros y familiares muertos. Gerdak había desaparecido, junto con el resto. Y al darse cuenta de algo así, Kust sintió una punzada dentro de sí.

El joven guerrero se dirigió a la cabaña del chaman, encontró su cuerpo muerto, con una herida abierta en su pecho en la que ya zumbaban moscas. Se aferraba a un amuleto que siempre llevaba con él. Parecía que no le había servido de mucho contra su enemigo. Kust apartó el cuerpo y buscó en los restos de la tienda. Entonces encontró lo que buscaba, su lanza bendecida. Las armas de la Noche de la Caza se quedaban en la cabaña del chaman hasta el día siguiente, cuando son entregadas a sus nuevos dueños ya convertidos en guerreros, miembros plenos de la tribu.

Salió de allí armado y se dirigió a la Gran Hoguera. Manchó sus dedos con hollín y se pintó la cara con símbolos de guerra. Notó un grandísimo escozor en la mejilla izquierda, había olvidado la herida que le hizo la hoja del bungan. Una lágrima surgió de su ojo izquierdo. Entonces se giró hacía la espesura y vio a una hiena que rondaba los cadáveres. Debía haberse ocultado tras oír el grito de Kust y ahora regresaba a seguir con su comida. Sin pensarlo levantó la lanza y la arrojó. Atravesó el claro de la Gran Hoguera y se clavo salvajemente en la cabeza de la hiena, que cayó desplomada sin saber que había ocurrido.

Tras recoger el arma, Kust hizo una última cosa: Juntó todos los cuerpos y los prendió para que sus almas pudieran volar hasta la tierra de los espíritus. Se quedó observando el humo blanco ascendiendo hacia la copa de los árboles y pensó qué haría a continuación. Lo había perdido todo y había ganado una sola cosa.

Furia.

Kust Brazocertero aulló un desafío a la jungla y abandonó corriendo el poblado que le había visto nacer y crecer.

La Madre Jungla lo acogió en su seno y el antiguo poblado quedó en silencio.

 


1.- Sinbak: mujer que se convertirá en la compañera de un cazador cuando éste cumpla con el Rito de Caza.

2.- El árbol Bungan es una variedad de palma de la selva del Gran Espíritu, conocida por sus afiladas y duras puntas, que algunas tribus usan como defensa contra animales salvajes plantándolas alrededor de sus poblados. Otro uso que les dan es para entrenar a los niños como sustitutivo de armas no muy peligrosas .

 

 

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Cita

«El único que sabe realmente algo del Reichstag soy yo, ¡porque yo le prendí fuego!»

Goering